Hace ya más de 20 años que mi madre sucumbió al cáncer. Ella dijo una frase que nunca le escuché directamente, pero alguna vez me alentó a intentar ser mejor, mientras tuviera tiempo. La dejo para más adelante.
En una de sus tantas explicaciones de lo que “el amor de madre” significa, ella me contaba este cuento.
“Érase un príncipe enamorado de una princesa quien no le correspondía. Él la amaba y se desvivía por complacerla.
En un acto de desesperación el príncipe le ofreció a la princesa darle lo que ella pidiera. Fuera lo que fuera él se lo conseguiría para demostrarle su infinito amor.
“Quiero el corazón de tu madre frente a mí, vivo.” – solicitó ella.
Así fue como la princesa intentó deshacerse del insistente príncipe. Era esta una petición que para muchos habría dejado claro que la relación de esa pareja no tenía sentido.
Él se alejó inmediatamente y totalmente desconsolado. Al llegar a su palacio el príncipe buscó a su madre. La mató y le extrajo el corazón.
En el trayecto de regreso, por lo rápido que iba, el príncipe se tropezó en medio del bosque. Tanto brotaban sus lágrimas que no pudo ponerse en pie fácilmente.
El corazón de su madre, aún latiente, le preguntó “¿Estás bien, hijo mío?”… ”
Nostálgicamente a veces me preocupa llegar al punto de no poder recordar el rostro de mi madre definitivamente. Ya me ha pasado.
Ella me trajo a este mundo en el otoño de su fertilidad, cuando tenía unos 35 años. Fui su único hijo. Como mi padre partió a otras tierras cuando yo tenía unos 4 años, mi madre y yo fuimos una familia de algunas complicaciones, pero con un amor sin tener que compartir.
Según me han contado algunas personas que la conocieron, ella se destacaba por una inteligencia particular y su entrega al activismo político. Sobreprotectora de su hijo, también.
Sus padecimientos comenzaron cuando yo era un niño. No he podido recontar cuántos tratamientos pasó, pero en su proceso de decadencia pudo haber sufrido no menos de 2 extirpaciones e incontables sesiones de quimioterapia. El trayecto duró muchos años, con altos y bajos de todo tipo.
En uno de esos momentos de recuperación intermedia, cuando lograba sonreír como si no tuviera nada, mi madre le dijo a su hermana que ella lo único que quería era “poder vivir lo suficiente para poder dejar a mi hijo un poco más grande”. Mi primo me lo reveló. Esta es la frase de mi madre que caló en mí. Me la repito para alentarme algunas veces. Es la única capaz de hacerme asomar una lágrima al siquiera pensarla.
Mi madre murió un martes 28 de noviembre, inmolada en cáncer. Su agonía había iniciado el viernes anterior. Mi tensión y confusión me permitieron permanecer despierto desde ese viernes hasta el martes en la madrugada, justo antes de que se marchara. Precisamente no la vi exhalar, aún después de pasar todo ese tiempo en pie. Fue una cuestión de horas. Yo estaba tan cansado que decidí recostarme por un momento, sin poder predecir lo que estaba por venir.
Desperté por el inconfundible grito desconsolado de mi tía. Su hermana acababa de morir, en su casa, rodeada por algunos familiares que tenían días velándola. Inmediatamente salté de mi cama y al intentar alcanzar a mi madre en su lecho me detuvieron mis primos. Nos enjugábamos las lágrimas todos y las frases de consuelo me envolvían…
¡Feliz día, mamá! :)