¿Te ha pasado que un día en tu vida, sin ninguna razón aparente, sientes que ese día vas a morir? Y no estoy hablando de ataques de pánico, sino de una sensación que excepcionalmente te da un pronóstico mortal pero que no sabes explicar, y que no puedes evitar. ¿Te ha sucedido?
A mí me pasó ayer. No es la primera vez, pero nunca lo había publicado.
Quiero compartir esta experiencia por tratarse de algo considerado medianamente tabú en nuestras relaciones humanas, pero que no dudo es algo regular para varios de quienes me leen. Ante todo, escribo no para atraer la atención a mi persona, sino para encontrar comentarios de quienes consideren a bien compartir sus vivencias de algo similar. Busco empatía, pues.
También me adelanto a considerar deplorables a aquellos quienes reprochen la exposición de este tipo de temas. Quienes consideran que hablar de sentirse a punto de morir es indigno o ilógico, yo les contraataco diciendo que los han domesticado bien. En otras palabras, no necesito los sermones motivacionales. No aún.
Ahora sí, al tema en cuestión.
El día de ayer me inició como uno muy normal. Pero en algún momento, viendo mi imagen en el espejo, rodeado de vapor por la ducha, algo cambió. Por un lado me gustó lo que veía. Luego me sentí feliz de estar impecablemente limpio, oliendo bien, y de ser proporcionalmente un cualquiera. También introduje al tema de mi buena salud. Mis males son por mucho algo í nfimo ante mi buena salud general. Siendo egoísta, me consideré muy bendecido por ser quien soy.
Posteriormente me dediqué a taparme con ropa encima. La camisa que escogí no era mi favorita, pero iba bien. El pantalón negro que adorné con una faja relativamente nueva no era extraordinario tampoco, pero yo me veía realmente apropiado.
A sabiendas de que tanta preparación era exclusivamente para regresar a mi trabajo, busqué a las mujeres en mi casa. Como si se tratara de un retrato dedicado tuve la oportunidad de ver a mi esposa arrullando a mi hija en brazos, y junto a ella estaba mi otra hija de casi seis años. De cada una de ellas me despedí con un beso.
Me subí a mi vehículo. Revisé las imágenes de los espejos e inicié el manejo. Una vez en la calle tuve un sentimiento de alegría extraordinario. Estaba orgulloso de mí. “Full of myself” se dice en inglés. Me intente decir que estaba bajo el efecto de una infusión de endorfina. Era extraño. No cabía yo en la calle por lo grande y exitoso me sentía de la vida. Sonreía sin cuestionarlo.
Realmente no tuve una razón clara. No había razón para tanta felicidad.
Fue cuando me atacó la idea de que la muerte es tan “impredecible” que seguramente en este pináculo de placidez sería el mejor momento para morir. Este era un instante tan propicio para mí como para quienes podrían tener algún interés en mi persona pues sería sin alguna sospecha. Era el minuto perfecto para morir. Ahí, en la calle, antes de las 8 de la mañana de un jueves. No habría nada particular que pudiera dar una premonición sobre mi irrevocable partida.
El ambiente mezclado de una felicidad inesperada con una muerte segura permaneció conmigo por el resto de la mañana, aun cuando ya estaba en mi lugar de trabajo. No fue sino hasta entrada la tarde que el cansancio producido por el mal dormir me hizo olvidar que debía morir. Regresé a casa con el atardecer a punto de terminar, bajo el frio que produce la lluvia secándose en mi piel.
Ahí seguían mis mujeres. Una llorando, la otra saltando en frenética demostración de que su energía es inagotable y la mayor de ellas recordándome la dura y gratificante vida en pareja.
No morí ayer. Pero sabía que debía.
¿A ti te ha sucedido?
En mi caso si me ha ocurrido, pero a diferencia tuya no me siento lleno en mi vida, ni tan siquiera cerca de ello :-(
Se que aun debo hacer mucho antes de estar cerca de ese sentimiento, trabajo, hijo (a), casa …en fin, estabilidad en general.
Almenos en tu caso, sabes que podrias morir con una sonrisa de Jueves por la mañana camino al trabajo, y eso es bueno! ;-)
Man… interesante, no? Y te comprendo.
Pero durante esos períodos cuando siento que voy a morir, nada me importa. Es más, me da la sensación de relajación, pues una vez muerto, no habría más que hacer… (si es que muero instantáneamente!)