Con mi hija, a todo galope

Las presiones usuales me desvelan: inversiones en bienes raíces o enviar dinero al extranjero; cumplir mis compromisos de trabajo a tiempo; cambiar mi operadora de pensiones; las crisis matrimoniales; el poco contacto con mis amistades; las visitas a mis seres queridos que no he completado; el tiempo que gasto comprendiendo a este país… pero ayer cualquiera de estas y todas juntas se devaluaron a cero, gracias a Dios. Ayer domingo me fui a montar con mi hija por horas

Ni siquiera lo había planeado así. Todo comenzó con un domingo inusual, cuando mi hija decidió acompañarme en mi rutina de los fines de semanas, rodeado de caballos. Inmediatamente tracé planes en mi cabeza para esa mañana: le enseñaría a mi hija a cepillar el caballo, luego a darle unas zanahorias. Le pediría ayuda para ensillarlo y luego la subiría conmigo para dar varias vueltas en el picadero. Mi objetivo final era hacerla montar sola mientras yo halaba a Carbonero. Sería un paso hací a su independencia en la silla.

Todo mi plan sucedió como lo visualicé. En el último paso mi hija subió a la silla y se notaba muy nerviosa, con miedo. Nos tuvimos paciencia y logré que se quedara sentada sobre el lomo del animal, agarrada de la silla mientras hablábamos de todos los temas posibles. Logré darle un par de vueltas en el picadero y ella lo disfrutó.

Pero todo cambió en los siguientes minutos. Don John Rivera y su hija, Mariné, habían llegado a las cuadras. Nos saludamos, y con esa fuerte presencia que inunda el lugar por donde Don John pasa, él me preguntó casi de inmediato: ¿Por qué no llevas a tu hija a dar «la vuelta» con nosotros?

Yo ya lo había pensado y de igual modo lo había descartado. «La vuelta» toma alrededor de una hora y media. Sucede entre las 10 de la mañana y 12 mediodía de Alajuela, o sea, con temperaturas de unos 30 grados centígrados, por dar un número bajo. Además, llevar a mi hija por horas por calles y potreros es algo que nunca había intentado antes. Me preocupaba mi correcto reaccionar ante cualquier eventualidad. Todas estas ansiedades se empequeñecieron cuando mi hija también me pidió salir montando con el grupo tradicional de los fines de semana, a la tradicional “vuelta”.

Don John no me insistió mucho. Ahí, a las 10:30 de la mañana, tomé dos profundas aspiraciones y acepté el riesgo. Traje a mi hija junto a mí y le puse su bloqueador solar en dos pasadas. Mi caballo ya estaba ensillado, ahora todo era cuestión de irnos.

Don John me pasó a Daniela para que yo la acomodara en un cojín que habí a puesto previamente sobre la montura. Cuando abracé a mi hija y comenzamos a trotar logré sentir mi corazón latir rápidamente y con una fuerza de infarto. Mi hija iba riendo, yo estaba a punto de temblar.

Quince minutos pasaron para darme confianza de saberme hábil para manejar la situación. Don John me acompañó todo el camino, como quien también cuida a su educando en sus primeros peninos. Fue él quien cimentó mi confianza, y sin darme muchas indicaciones, me mantuvo tranquilo. ¡Cuánto le debo!

Con mi hija abrazada por mi brazo izquierda pasamos calles y llegamos a la primera finca. Al dejar a los caballos tomar agua, ella disfrutó meterse en el barro con sus botas vaqueras. Las mil fotos que pudiera haber tomado de ese momento no habrían descrito adecuadamente el instante de mi emoción.

Más adelante ayudamos a arrear vacas. Vimos a un perro pastor australiano llevarlas. Pasamos portones. «Mira tanto campo abierto» me dijo ella al ir entre fincas. Cada vez que trotábamos ella se reía y me decía «Así es como me gusta a mí, que vayamos galopando».

Luego pasamos por un charco enorme donde los caballos se hundían hasta la mitad de sus patas. Inmediatamente después entramos en un corral repleto de vacas. Mi hija temblaba ante la emoción al sabernos entre tanto animal que nos pasaba alrededor. Aun faltaba más, pues en nuestro camino vimos venir un hato de ganado en nuestra dirección. Daniela gritaba emocionada «¡Mira a todas esas vacas que vienen hacia nosotros, papá!»

A las 12:30 pm estábamos de regreso en las cuadras. Bajé a mi hija en una de las cercas del picadero, me bajé yo y con el alivio del momento mezclado con la emoción de mi hija, me sentí a salvo pero muy alegre por la aventura.

Mi hija llevó el caballo hacia las cuadras para bañarlo. Contenerme para no llorar de emoción fue difícil, sobre todo cuando nuevamente pude abrazarla con el sentimiento del evento logrado.

El resto del día hablaba yo más sobre la aventura de montar juntos, creo. El resto de mi vida ha cambiado, a todo galope, con mi hija.

5 comentarios sobre “Con mi hija, a todo galope”

  1. Que increible… hace «poco», antes de que ella naciera, te molestaba con «para cuando papá, para cuando papá!» y ahora ya la llevas a compartir con vos los Domingos… imagino que ahora es ELLA la que va a empezar a decir «para cuando papá?»

    Que bueno que hayan disfrutado!

    Excelente experiencia imagino!! Felicidades! :)

  2. viejo que emoción leer estos parrafos, de verdad es una experiencia increible que estoy empezando yo mismo, y darse cuenta de las cosas realmente importantes de la vida,

    que disfrute!, para alimentar las fibras del corazón tus palabras.

    un abrazo

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